domingo, 1 de septiembre de 2013

Lirídeo

Escucho el entrechocar de unos platillos o quizás sean campanas azotadas por el viento, el maullar de un gato iracundo o toneladas de cristal deshaciéndose en una lluvia de esquirlas. Quizás sea el despertador sonando un lunes a las 7 o el llanto de un bebé del que el mundo se ha olvidado. Puede que sea solo el sonido del mundo, el taladro de sus engranajes, las uñas arañando la pizarra de una clase de la facultad, o el sonido distorsionado de un tren que pasa a mi lado. Puede que este martilleo no exista, que solo sea la percusión dentro de la cabeza en la que estoy encerrado. Joder, cómo me duele esta puta cabeza. Ni siquiera puedo abrir los ojos para saber si ese sonido es real. Para saber dónde estoy, si en una cama de un hotel, en la arena de una playa o en medio de un bosque, sobre los fríos adoquines de una calle maloliente,
de una ciudad igual de podrida. No recuerdo mi nombre, ni mi historia. Mi mente es como una hoja en blanco que alguien arruga, sí, eso tiene que ser esta puta tortura en mis oídos. Intento sentir algo más que esta losa en mi cabeza, sentir que tengo un cuerpo más allá del cuello, sentir frío, calor, hambre, amor, odio, ira, compasión, alegría o tristeza, sentir que soy un puto ser vivo. Quiero sentir el latido de mi corazón, la sangre correr por mis venas o emanar de cientos, de miles de heridas. Preferiría estar desangrándome a esta incertidumbre, esta oscuridad tan blanca, tan vacía, tan nada. Nada. La nada perforándome los sesos, lobotomizándome, la nada como un gusano horadando una manzana o el cuerpo inerte. Nada queda del ayer, si es que hubo. Y en mi mente este dolor tan hueco y las palabras, que manan de la nada. Palabras que no se corresponden con nada y por tanto, nada son. Ya no quedan imágenes en mi mente, todo es abstracción, no existe la realidad, yo no soy yo porque he olvidado quién soy o porque nunca fui yo. ¿Y es que puede existir algo? Creo que lo que retumba en mis oídos es la nada recordándome a gritos que ella es todo. Debería fundirme en esta nada y dejar de llorar palabras, debería abandonarme al lirídeo, abandonar definitivamente mi cuerpo, mi yo. Dejo de pensar, mi mente se apaga, lirídeo, lirídeo...

Lirídeo: Sensación de fundirse con la nada.

sábado, 31 de agosto de 2013

La chica de labios turquesa (I)

A M., espero que disfrutes este viaje.

Nunca pensé que existiría alguien que despertara en mí tanta pasión y me fascinara tanto como aquella chiquilla que encontré en uno de los callejones de esa isla
tan asimétrica como preciosa. Su belleza era enigmática y a la vez natural e irrebatible. Nunca supe su nombre, ni intercambiamos más de unas cuantas palabras en un inglés chapurreado, pero ella me hizo pasar el mejor día de mi vida. Ahora que el alzheimer me acecha en la vejez, sé que será uno de los últimos recuerdos que la enfermedad me arrebate, pero aún así no puedo dejarlo a merced de esta caprichosa memoria que ya empieza a jugarme malas pasadas. Por eso y como me ha recomendado el doctor, voy a escribir sobre aquella experiencia y aquella chica, a la que siempre consideré mi primer amor.

Llegué a Mykonos un día de primavera, de esos primeros días en los que al ver el mar dan ganas de bañarse, pero el agua aún está demasiado fría. Yo, que era estudiante y amante de las Humanidades, había venido a Grecia buscando las raíces de aquella impresionante cultura. Había contemplado durante horas las ruinas del Acrópolis y de Olympia, admirado por las columnas jónicas y dóricas, por cada detalle, cada material, imaginando la grandiosidad de los días pasados. Las estatuas destruidas de doce metros de Zeus o las de los frontones del Partenón de las que hablaban los libros de Historia del Arte parecían allí. Bastaba cerrar los ojos para verlas...

Grecia era una máquina del tiempo, en ella el mito y la realidad, el pasado y el presente se fundían en uno. Abrías los ojos, que ya no eran los tuyos, y veías a través de los de Ulises. Y engañabas a Polifemo, o intentabas no sucumbir a los cantos de las sirenas. Parpadeabas y eras Paris, ante ti la indescriptible belleza de Hera, Atenea y Afrodita, que te promete a la hechizante Helena. Poco sospechaba yo que encontraría a mi propia Helena cuando llegué a aquella perla del mar Egeo.

El viento, que por aquellos días era una agradable brisa pero que en pocos meses soplaría con gran fuerza, me acariciaba la cara mientras iba en la cubierta de aquel barco que me transportaba desde el Peloponeso. La costa, repleta de pequeñas manchas blancas, ya se dibujaba desde allí. Los turistas comenzaban su interminable sesión de fotos. 

Yo siempre llevaba una cámara réflex colgada al cuello, pero no hacía más que cinco o seis fotos al día. Siempre había pensado que valía más la calidad que la cantidad, e intentaba captar la esencia de cada lugar en pocas imágenes. El cielo siempre ocupaba un lugar importante en todas ellas. Nunca faltaba a mi cita con la puesta y la salida del sol. Inmortalizaba lunas como hogazas y como uñas, lunas sangrientas, amarillentas, impolutas. Nubes rosadas al crepúsculo y grises y furiosas previas a la tormenta, nubes cruzadas por repentinos arco iris. Cielos iluminados por millones de bombillas titilantes y las lágrimas de San Lorenzo que me sorprendieron cierto agosto en mi pueblo, poco después de que mi padre me regalara aquella cámara. Me gustaba decir que mis álbumes eran una crónica del cielo.

Y allí, en Mykonos, hice una de las mejores y más bellas fotos de mi vida... Pero aún era pronto para imaginármelo. Las manchas blancas iban tomando forma, podía distinguir las puertas y ventanas, los detalles en tonos azules. El azul, característico de Grecia, representaba la luz, el cielo y el mar. Contrastaba el brillo de las paredes encaladas con la aridez marrón y gris de las tierras que rodeaban al pueblo, pero a la vez, lo hacía inverosímil, mágico de alguna manera. El pueblo parecía haber crecido de la nada como setas en otoño. El barco atracó suavemente en el puerto y los pasajeros descendimos al blanco paseo marítimo.

Continuará

sábado, 20 de julio de 2013

Transparentes como el agua

En estos días nos encontramos en una situación de inestabilidad política dentro del Gobierno, debido al caso Bárcenas, y en la oposición (PSOE), por los ERES fraudulentos. Los ciudadanos, estamos como convidados de piedra, ante un partido de tenis. El PP le pasa la pelota al PSOE por su silencio sobre los ERES y el PSOE se la devuelve y exige que Rajoy conteste a las provocaciones de Bárcenas. Después de esto, el PP acusa al PSOE de “colaborar con un delincuente”. Así se entretienen nuestros políticos. Eso sí, cuando escucho que el PP se autodefine como “el partido más transparente” y que debemos confiar en la honradez de Rajoy porque es el único que ha sacado a la luz su declaración de la renta, me entran las ganas de reír.

Estamos hablando del presidente del Gobierno, ese hombre desconocido al que tardamos meses en verle hablar, porque se respaldaba en sus lacayos, la elocuente Cospedal, la reina del hablar sin decir nada, cuyas declaraciones sobre los “finiquitos en diferido” iluminaron a toda España. Estamos hablando del presidente que hace las justas y exigidas ruedas de prensa, en las que solo permite recibir dos preguntas de periodistas españoles. Estos deben turnarse y pactar para formular sus preguntas. En la última rueda de prensa, tras los SMS publicados por El Mundo, le tocaba preguntar a El Mundo y EFE. El presidente se saltó el pacto de los periodistas y le dio el micrófono a ABC. El hecho habla por sí solo. Y decir que Rajoy ha demostrado su honradez porque ha hecho pública su declaración es absurdo, ya que si hubiera defraudado a Hacienda, esto no se vería reflejado en ella, obviamente. Si por algo se caracteriza el PP no es por su transparencia, sino todo lo contrario, por su oscurantismo, por su pretensión de engañar y confundir al pueblo que le eligió.

Sin embargo, después de que Bárcenas declarara que Rajoy y Cospedal recibieron 95000 euros en sobresueldos durante el 2009 y 2010, no espero que estos caigan del Gobierno. Guardarán silencio o seguirán jugando al despiste, esperando a que la tormenta amaine. La experiencia me dice que en este país nadie dimite (a no ser que sea porque se han filtrado vídeos porno en los que sales, vaya escándalo). Tampoco creo que la Justicia se encargue de ellos, ya que todas las instituciones están demasiado contaminadas por el partidismo. Ni siquiera creo que tengan su merecido en las urnas. El pueblo es experto en el arte del doblepensar y olvida rápido y olvida que olvida. Además, nos dejamos llevar por la costumbre y no votamos a partidos minoritarios porque “nunca van a ganar”. Así, puede que que IU u otros partidos arranquen unos pocos votos al PP y al PSOE, pero a pesar de que no aportan ninguna solución, el bipartidismo no está herido de muerte, apenas algún rasguño. Muestra de ello es el control absoluto que aún tienen de los medios... y consecuentemente, de nuestras ideas.

viernes, 5 de julio de 2013

Reseña The perks of being a wallflower

Título original: The perks of being a wallflower
Autor: Stephen Chbosky

The perks of being a wallflower (Las ventajas de ser un marginado en español) es un retrato de la adolescencia y la inestabilidad emocional arraigada a ella con el que cualquiera se puede sentir identificado y conectar con su propia experiencia. A través de una colección de cartas que Charlie, escribe a un desconocido, conocemos el complejo mundo del protagonista. Charlie acaba de empezar el instituto y está completamente solo desde que su amigo Michael se suicidó. Desde las primeras clases, su profesor de Inglés avanzado, se fija en él, y comienza a darle libros extras y a incitarle a “participar”, no solo en clase, sino también fuera de ella. Charlie se irá abriendo camino a cada página, conociendo a su familia, la amistad, la buena música, el amor, la lectura, la violencia, las drogas, las primeras veces... Charlie se enfrentará al peso de un pasado traumático y a la incertidumbre del futuro, abandonará su pasividad para finalmente, encontrar lo que le haga sentirse “infinito”. Es, en conjunto, la historia de cualquier adolescente.

Lo mejor:

Los personajes y las relaciones entre ellos. Ninguno de los personajes principales es plano. Así, observamos la evolución de las relaciones entre Charlie y sus mejores amigos, Sam, de la que está enamorado, y Patrick, el hermanastro homosexual de la primera, que muestra altibajos, lo que contribuye a que la obra sea más realista.Otro acierto es la relación de Charlie con su hermana. Si al principio puede parecer una relación fría, esta se irá estrechando, y ambos se convertirán en confidentes. Pasarán de el “Te odio” al “Te quiero”.

Mi escena preferida es en la que Sam le regala la máquina de escribir a Charlie. En la primera página está escrito: “Escribe sobre mí alguna vez” (En la película es “Escribe sobre nosotros alguna vez”). Charlie contesta: “Lo haré”. 

Lo peor:

Tanto en la película como en el libro, no me gusta cómo se trata el tema de la tía Helen. Me parece algo forzado o quizás innecesario. Creo que es un intento del escritor de aumentar la carga dramática, pero es lo que menos me ha gustado.

El desenlace, por ciertos detalles tratados algo superficialmente, me deja con sabor agridulce, pero las últimas palabras son una buena guinda para el delicioso pastel.

CITAS: "Y ahora, os juro que somos infinitos." 
"Aceptamos el amor que creemos merecer".
"Moriría por ti, pero no viviré para ti" The fountainhead.

La película y el libro:

Si bien el escritor de The Perks coordinó el proceso de producción y dirección de la película hay diferencias inevitables entre ambos. En la película, ciertas cosas se tratan por encima y pueden quedar algo confusas, o simplemente no se les da importancia. Creo que en la película la amistad es el tema principal, lo que deja algo aparte la relación de Charlie con su familia, que tiene un papel notable en el libro.

Obviamente, el formato. Al ser el conjunto de cartas del protagonista, el libro es más personal que la película, en mi opinión. Eso sí, la película nos regala alguna imagen inolvidable, como la del túnel.

Hay diferencias en cuanto a la música (En la película la canción del túnel es Heroes, que no aparece en el libro, por ejemplo).

En mi opinión y como casi siempre, creo que el libro es mejor que la película, aunque es una fiel adaptación.

Por cierto, si tenéis un nivel decente de inglés, os recomiendo leerlo en versión original, no creo que tengáis problema. Quizás tengáis que consultar alguna palabra o expresión, pero se lee fácil.

Nota libro: 9,5/10
Nota película: 8,5/10

¡Un saludo, lectores!

miércoles, 1 de mayo de 2013

La ciudad está dormida.

La ciudad está dormida. La ciudad es un desierto de asfalto, de hormigón armado, de simetría y de fealdad. La ciudad es asesina, entre nubes de humo negro mató al arte, rasgó notas y pinceladas, acuchilló palabras y versos, bañó en pólvora rostros y vidas. La ciudad está podrida bajo su manto de gris, está erigida sobre un suelo pobre y sin raíces, sobre el olvido de sus ancestros. La ciudad está vacía, las aguas abandonaron su cauce, cubrieron de sequía los campos prefabricados. La ciudad no es lugar para humanos, solo para bestias de ojos vacíos, pieles y corazones de hueso. La ciudad condenó a la ciudad, víctima y verdugo, presa y cazador, difunto y sepulturero.

La ciudad está dormida. Camino por sus adoquines desgastados como el cielo, que cierra el paso a cualquier rayo de luz y de esperanza. No hay ojos que me miren, ni pies que pisen o se arrastren a mis lados. No pasan personas hablando por sus móviles, parte biónica de sus cuerpos, no te mantiene despierto el murmullo de los coches. No hay prisa, el cláxon ya no es banda sonora de la mañana, mis pasos no me dirigen a ningún destino. Mi mente no repasa el tema de historia antes del examen, está tan vacía como la ciudad. Casi escucho una brisa dentro de mi cerebro, como si hubiera un mar en calma entre circunvoluciones. Todo es silencio, el silencio sepulcral por una ciudad muerta. Nosotros fuimos la ciudad, nosotros fuimos los que la construimos y finalmente acabamos con ella. Como un Dios que creó una bestia, como el experimento del doctor Frankestein. La ciudad y todos nosotros nos autocondenamos a la extinción. Pero nunca es tarde, nunca es tarde para el soñador, para el amante.

La ciudad está dormida. Quizás no esté muerta, solo cataléptica. Quizás abra sus ojos, sus ventanas y el cielo se abra, corran el viento, el agua y la vida por las carreteras, en vez de ira y gasolina, como ayer lo hacía. La ciudad parece muerta y yo aún guardo esperanzas. Porque aún queda belleza, aún queda arte, no en las paredes, no en estas calles que solo conducen a la perdición. Aún queda arte en tus ojos, aún quedan en mi mente versos y besos que nunca te dije. Detonemos la ciudad, reduzcamos a escombros todo lo que nos llevó a la muerte. Construyamos a partir de las palabras, levantemos un nuevo mundo dibujado en un lienzo en blanco.  Llenémoslo de amaneceres, de principios, de gritos de triunfo y de placer, de amor y de eternidad. Hagámosle una transfusión de sangre a la muerte, que el mundo y nosotros latamos en éxtasis. Creemos y creamos en la humanidad, seamos humanos como olvidamos.

La ciudad está dormida, ven y despertémosla.

martes, 23 de abril de 2013

Y mañana marcharé a la guerra.

Y mañana marcharé a la guerra.
Me iré al alba a territorio hostil.
Daré mi vida y mi sangre por el sentimiento más noble.
Moriré como buen amante, como buen hombre.
No tengo más patria ni más bandera que la de tu piel.
Iza tus cabellos al viento violeta de la mañana,
yo atravesaré fronteras y franquearé a todas las tropas.

Al alba he marchado a la guerra.
Con la boca rasgada por estos versos, himno de nuestro hoy,
y el corazón hambriento por tener que compartirte.
Tragamos sopa de dolor con cuchara de deseo
y alcohol para las heridas de guerra.
Cornetas y tambores retumban tu desfile hacia mi cama.
Ni un bunker puede protegerme de tu avance ya.
Eres gas mostaza, mis pulmones inundados de ti.
Lloran los ojos azufre y sudor,
son disciplinados reclutas que intentan encañonar tu corazón.
Amor entre trincheras, aguacero de caricias y balas.
Te dispararé y caerás en batalla entre besos de pólvora.
Caerás a mi lado, en la fosa que cavamos.

Y algún día marché a la guerra,
pero la blanca paloma ya fue pasto de acero.
Los olivos secos, ardieron bajo el sol abrasador.
Y mi cuerpo batalla en la tierra de cenizas, junto al tuyo.
Dos cuerpos más que alimentan la fosa de los enamorados.


Feliz Día del Libro 2013

viernes, 19 de abril de 2013

Seamos luz sin serlo


Eres serpiente, a veces esquiva y a veces deseosa de inyectarme tu delicioso veneno. Ven y envenéname, haz que se me pare el corazón, atrápame entre tus escamas y susúrrame mentiras. Mi cuerpo quedará paralizado, mis labios petrificados en una sonrisa sincera, de amante que morirá amando y por amar. Mis venas inundadas de tu ponzoña y morfina, mi cuerpo, como tu lengua, bifurcado entre el dolor y el placer, entre el infierno y el paraíso, el limbo y el universo. Y tu fría piel contra mi piel, me abraza y me roba el calor, yo me evaporo, me disuelvo como el veneno en mi cuerpo. Me creas y me destruyes, eres mi big bang, mi big crunch vestida en ese cuerpo seseante, pero eres tú.

Eres humana. Por mucho que te escondas en pieles de reptil, que bañes tus ojos en vidrio y tu corazón en hueso, tu sangre es tan roja como la mía, hoy de azabache, ayer solía serlo. Sé que sientes y padeces, que envenenas tus sonrisas con lágrimas cuando nadie te mira, que quieres olvidar a base de ginebra o de nuevo dolor. Sé que buscas la salvación en amaneceres tardíos, en las líneas blancas sobre el asfalto, en las simas del chocolate, en los versos descubiertos por los ojos a la luz de una lámpara, en las nubes y el viento, en todo lo que tenga suficiente voz para gritarte que la vida es bella. Crees que ningún cuerpo te podrá convencer de ello, que las almas unidas siempre acaban rotas, tienes miedo.

Sé tú, no seas serpiente, no seas humana, no seas nada que se pueda nombrar. No seas recuerdos, no seas carne y hueso, no seas una máquina con fecha de caducidad. No seas hija de nadie ni de nada, no seas química ni estética, no seas palabras ni silencios, no seas producto de mi pensamiento, no seas materia, no seas tangible. Todo eso te está matando. Sé eterna y hazme sentir eterno. Seamos luz sin serlo, llenemos el universo sin que nadie sepa que existimos, seamos más viejos que el big bang y vivamos el big crunch. Seamos todo lo que nadie fue, seamos lo imposible. Seamos más allá de la lógica y de la vida, seamos. Seamos lo que somos, lo que siempre fuimos y lo que siempre seremos. Sin pieles ni cuerpos que son cárceles, sin límites.  Seamos eternos. 

domingo, 24 de marzo de 2013

Papel divino

La masa homogénea se dirige a la reunión diaria, a celebrar sus rituales. En sus corazones, en sus carnes, sienten el calor de su dios, mientras los no creyentes mueren de aterimiento en las esquinas, donde nadie les recuerda. Son invisibles a sus ojos, a los ojos de la masa, a los ojos de la ciencia y de la existencia. Pero ellos no tienen otra elección que la de permanecer en el limbo, donde no hay lugar para Dios, ni para nada.

Nubes de humo. Fumata negra que emerge de las colinas que atraviesan el cielo. Fumata negra por un dios que se fabrica en cadena con sus mismos productos. Oraciones eternas, rezos metálicos de los engranajes, de las entrañas grises del avance hacia el apocalipsis inhumano. Columnas áureas, escaleras al cielo negro, al cielo sin sol ni luna, sin estrellas, solo ríos de sangre teñida de petróleo y poder.

Y la masa negra, la masa que se destruye entre sonrisas falsas, la masa de los que luchan por ser los únicos abrazados por su dios, por el papel divino. Papel divino, papel que asola bosques y a la Naturaleza entera, que llora lágrimas ácidas. Pero estas no acaban con las pieles que le fueron arrebatadas, que tapan las carnes podridas de sus hijos ilegítimos. Son árboles sin raíces, carcomidos por termitas divinas. Son árboles caídos que cubren el rocío de los campos.

Repicar incesante de campanas de oro. Suenan campanas por la muerte de otra fortuna, por montañas rojas que descienden al inframundo, mientras los ateos mueren sin más ritual que el de ser desgarrados por los buitres. Carroña para los buitres y los manjares para la masa. La carroña también es manjar para las rapaces. Y la masa, con sus estómagos repletos de su dios, que acabará diluido en las aguas negras.

Papel divino que hace girar el mundo, en una órbita errática, una órbita que nos aleja de nuestros planetas vecinos, de nuestra estrella, que un día nos alimentó. Una órbita que nos condena a la destrucción, al frío más insufrible, el frío que no apagan pieles sangrientas, el frío con el que se marcharon los ateos. Ya no hay nada que pueda pararlo. Fumata negra, cielo negro, buitres negros, aguas negras, masa negra. Ya no hay salvación. El dios que creamos, hoy ha acabado con nosotros. 

viernes, 22 de marzo de 2013

Paraíso

Me miras.
Me miras de nuevo.
Con esa mirada que me atraviesa,
que busca mi corazón entre las cicatrices
del chocolate de mis ojos.
Siempre supiste mirar,
mirar como nadie y mirar dejando huella.
Me miras y me enamoras.
No me mires, que quiero seguir volando.
Pero miento, no hay más libertad
que la de navegar en tus ojos,
que la de atarse a tus cadenas
de fuego que abrasa y acaricia.
La libertad de amar el encarcelamiento del alma,
libertad de alcanzar el éxtasis sin palparte 
Ni lágrimas de vodka,
ni el olor del papel divino,
ni la curva del cauce de un ángel perfecto,
ni la visita del ser inexistente, nada de eso.
El paraíso es tu mirada. 

jueves, 21 de febrero de 2013

Dime que no


Y veo tus ojos en otros ojos.
Tus labios en otros labios.
Tus días en otros días.
Tus noches en otras noches.
Tu cuerpo en otro cuerpo.
Tu alma en otra alma.
Y te pregunto, querida mía:
¿Eres dichosa? 

¿Acaso aquellos ojos, labios, días 
noches, cuerpo, alma, todo
te llenan más que la nada?

¿Acaso no eres lago en sequía
cuyas gotas escapan en la noche
de unos ojos regalados a otros ojos?

¿Acaso no eres pájaro 
que por querer volar sin rumbo
se perdió en cielo nocturno? 

¿Acaso te quieres 
como yo lo hago, querida? 

Mírame
con esos ojos que no son tuyos
y contéstame:
¿Eres dichosa? 

Responde que sí
y mis ojos, mis labios, mis días
mis noches, mi cuerpo, mi alma, 
serán siempre mías.

Dime que no 
y no habrá nada mío
que yo no te regale,
y siempre, querida mía,
siempre seré el afluente
que tu lago en sequía riegue.
Dime que no.

sábado, 16 de febrero de 2013

El pianista que tocaba sin manos

Recomendado: Leer escuchando la música del vídeo 


 Y en aquel momento anheló el descanso eterno, la paz que nunca volverían a regalarle sus dedos, el alivio del ayer al acariciar sus dientes de marfil. Nunca volvería a perderse en el temblor de las trenzas percutidas por los martillos en las entrañas de aquel paraíso negro. Dios, el Destino, el odio de acero del hombre, quién sabe quién le había arrebatado el corazón, quién le había dejado vivo y sin vivir. Daba igual. No se atrevía a bajar la mirada hacia el nuevo final de sus brazos, hacia el vacío donde antes habitaban sus dedos finos y estilados. Las otras simas y quemaduras que hendían su cuerpo no las sentía, aquellas sanarían tarde o temprano, o si la Fortuna le sonreía, le matarían.

Y los días pasaban en lo que ayer había sido hogar y hoy solo era cueva. Silencio. No soportaba aquel silencio que percutía en su mente, la congelaba, la oscurecía, tanto como el aire encerrado dentro de aquellas paredes. Ya nadie acompañaba sus veladas hasta que la Luna salía de su escondite. Ni Bach, ni Beethoven, ni Chopin ni Satie, su amado Satie. Ni valses, ni sinfonías, ni nocturnos, ni danzas góticas, nada. Nada quedaba de ellos más que aquel mago negro que antes les traía la vida y una partitura que había quedado grabada en su mente, como aquel do agudo y dulce. Las corcheas ya no bailaban con sus silencios, no ascendían dadas de la mano, no luchaban con las nerviosas semicorcheas. Solo quedaba silencio y soledad.

Aquella tarde, algo le animó a asomarse a la vida que mostraba la ventana que cubrían aquellas cortinas polvorientas. Y entonces sus ojos dieron con ella. Observó sus manos cubiertas por guantes negros, los delgados y elegantes dedos que se adivinaban bajo ellos. Sus cabellos se deslizaban sobre sus hombros como una escala cromática descendente. Y sus ojos. Eran ojos de pianista, eran eternas redondas suspendidas en el tiempo, eran armónicos acordes de agudos y graves. Eran la música en sí. Él pareció recuperar la fuerza del ayer y corrió en su busca, abriendo las puertas a la cegadora luz del día. Su figura se alejaba, le daba la espalda y una voz débil por haber sido olvidada surgió de su garganta:

¿Sabes tocar el piano?

La joven mujer se detuvo y se giró, sin saber si la estaban hablando a ella. No había nadie más, solo aquel hombre sin manos que esperaba su respuesta. Sus ojos repletos de música expresaron miedo y repugnancia, pero supo ocultarlos con una tímida sonrisa, mostrando sus impecables teclas. Después, con un suave movimiento lo negó.

¿Quieres aprender?

Sus ojos negros brillaron, su boca deseaba decir que sí, pero su mente la ataba, la atraía al no. Escuchó la severa voz de su padre: “Una señorita no debe perder el tiempo en el arte. El arte solo es para borrachos”. El latido de su corazón dictó su decisión y sus labios susurraron un sí bemol.

La primera vez que sus dedos se enfrentaron a aquel negro enigma estaban temblorosos, inseguros. Su mente se concentraba en memorizar el nombre de las notas y ligarlo al de cada tecla. Miraba nervioso a su maestro, con miedo al castigo por su torpeza. Pero él era paciente, le trataba con suavidad, como el padre con el que siempre había soñado. Sus manos se volvían más ágiles a cada lección, acariciaban el marfil con seguridad y cariño, prendían el aire con melodías todavía simples, pero que encerraban una belleza enigmática. Pronto sus dedos fueron tejiendo entramados sonoros más y más complejos, mientras su corazón se iba contagiando de la música y sus venas despertaban del arte que siempre había estado en su sangre. Y sus ojos brillaban, brillaban llenos de sentimientos que transmitir junto a aquel instrumento negro al que un día tuvo miedo, pero que se había convertido en su compañero, su amante, su refugio. Y ella, sin saberlo, se había convertido en sus manos. 

Satie ha vuelto después de una larga ausencia. Satie ha apagado la explosión de sus oídos, la que se lo llevó a él y a los demás. Satie ha vuelto a acompañarle en las veladas, la partitura vuelve a ser leída, sus danzas vuelven a hacerse realidad. Satie vuelve a acariciar su corazón, que despierta de su estado de adormecimiento. Cierra los ojos, se olvida de que no es él quien está tocando y siente cómo sus dedos se deslizan por el marfil una vez más… 

domingo, 13 de enero de 2013

La enfermedad que ennegrece los corazones

Los pasillos de paredes blancas, suelo blanco, techo blanco y las salas de espera de sillas blancas, todo huele a enfermedad, a muerte. No, solo hay un aroma ligero a ambientador, pero están ahí. Están en sus miradas, está en sus pies que martillean el suelo, en sus manos que buscan algo con lo que entretenerse. El blanco no consigue apagar los sentimientos, los pensamientos que nacen en sus mentes, no alejan el miedo de sus corazones ennegrecidos. 

Miedo. Recuerdo, que hace tiempo, cuando yo ni siquiera conocía el significado de la muerte, mi abuelo, en una de esas habitaciones blancas, me dijo algo que quedó grabado en mi memoria:


- No dejamos de tener miedo a la muerte, hasta que ella se convierte en nuestra vecina.


Mi abuelo me agarraba del brazo, intentando darme una lección, a pesar de mi corta edad. De sus ojos cansados empezaban a brotar lágrimas. Entonces pensé que eran lágrimas de dolor, con el tiempo aprendí que eran de felicidad, que se fue del mundo siendo feliz, satisfecho. 


Fue la primera vez que la muerte me sorprendió. El inevitable miedo del que me había hablado mi abuelo, nació en mí. Temía que mis padres, mi hermana o mis amigos se marcharan, pero sobre todo y cada vez más obsesivamente temía a mi propia muerte. 


Mientras, mi cuerpo iba transformándose, había entrado en la pubertad, y yo exploraba cada centímetro de mi cuerpo minuciosamente, convenciéndome de que tenía mil y una enfermedades. Mis padres comenzaron a preocuparse, cuchicheando que tenía algo llamado hipocondría. Insistieron en llevarme al psicólogo, él podría ayudarme, pero yo me negué. 


Fue por esos días cuando llegó el segundo asalto. Cuando la fatídica llamada en la que escuché la voz quebrada del novio de mi hermana anunciándome el accidente terminó, sentí como todo se deshacía a mi alrededor. Mi madre llegó en ese momento, y me encontró en una esquina de la cocina, llorando como nunca lo había hecho. 


Aquellos días fueron muy duros. No me atreví a atravesar la puerta de otra de esas habitaciones asépticas, sin vida, no me atreví a mirar de nuevo a los ojos a la muerte. Ella se fue apenas veinticuatro horas después. La muerte había vuelto, esta vez con más fuerza, dejándome casi sin respiración. Sentí que ella estaba acechándome, que yo era su próxima víctima. Me encerré entre las paredes de mi habitación, creyendo que allí estaría a salvo de su injusta guadaña, a pesar de que sentía como mi cuerpo moría por dentro. 
La mano de mi padre me rescató y me llevó al psicólogo, confiando en que él pudiera resolver mi asunto. Me desahogaba, esquivando su mirada, pero todo era inútil. Cada día volvía con un problema nuevo. Entré en una profunda depresión de la que nadie era capaz de rescatarme. Era un barco tocado y hundido para siempre. No comía, no bebía, no dormía, no vivía. Las enfermedades a las que tanto había temido ahora empezaban a atacar a mi debilitado cuerpo. 


Salgo de mi ensimismamiento. Mi nombre emerge de los labios de una enfermera, aunque a mí se me antoja un mero disfraz de la muerte. Mi madre me aprieta la mano, me mira con una sonrisa congelada y me dice que todo saldrá bien, aunque su mirada dice todo lo contrario. Empezamos a caminar, para que me digan cuánto tiempo me queda de vida, para que me digan que no me voy a curar de la enfermedad que corroe mi cuerpo, que ennegrece mi corazón. El miedo. Miedo a la muerte, pero también, y lo que es peor, lo más insoportable, miedo a la vida. Nos dirigimos a mi tumba y creo que la muerte se está mudando a la casa de al lado…