Esa calle solía ser bastante transitada, pero ahora solo pasaban algunos checos que se dirigían a su lugar de trabajo con caras serias y cansadas. Alguno le miraba de reojo. No encajaba en aquel paisaje matutino un día de entre semana y con la cámara Nikon colgada al cuello. Se veía a la legua que era un turista. Pero Rodrigo no se fijaba en eso, estaba demasiado distraído observando cada detalle de la ciudad. La estatua de Wenceslao en el caballo resaltaba, cada vez haciéndose más grande. Detrás de ella el Museo Nacional con su tejado azul celeste y dorado. Observaba las carreteras a ambos lados por las que habían pasado los tanques soviéticos en 1968.
Era un lujo pasear tranquilamente por esa ciudad, sin tener que soportar las multitudes de las vacaciones. Al llegar al pie de la estatua se descolgó la cámara del cuello, miró por el objetivo y captó al patrón de Praga. Sonrío satisfecho por la fotografía. Después de realizar tres o cuatro capturas más a la estatua y al museo.
Bajó por el bulevar, para ir hacia la Ciudad Vieja. Quería llegar al puente de Carlos antes de que los artistas y los transeúntes lo ocuparan.

Mientras seguía escuchando la historia, los artistas empezaron a prepararse para aquel largo día. Sacaban los lienzos o los instrumentos, y la gente empezaba a llegar y se paraban a contemplar el trabajo de aquellos hombres que se ganaban la vida como sabían y que formaban parte de la historia del río Moldava.
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