domingo, 14 de diciembre de 2014

Bolonia, la máquina capitalista

Si por algo elegí una ciencia pura en vez de una ingeniería fue por el hecho de que no quería que mi conocimiento se supeditara al supuesto (y falso) progreso social, porque no quería acabar siendo una pieza más del sistema opresor, un ladrillo más en el muro. Sin embargo, cada vez es más evidente para mí que no había sido más que una ilusión de novato, un espejismo de idealista y que la ciencia, también corre a lomos de la deshumanización, a las riendas del capitalismo.

Yo, que siempre intenté mantener una visión de conjunto y un pensamiento autónomo, que elegí Física por supuesta vocación, por ansia de conocimiento y de comprensión del universo, en ningún caso por aspiraciones laborales, veo que mi mundo se cae abajo bajo los vientos de la realidad. Con Bolonia hemos topado. Aunque imagino que todos estáis familiarizados con el plan, quiero poneros en situación.

Ya no solo hay un examen final (en ocasiones ni siquiera es lo principal), sino que se evalúa constantemente, con exámenes pequeños o grandes, intrascendentes o relevantes, con entregas, trabajos y proyectos y en algunos casos, se exige la asistencia a las clases, seminarios o prácticas. Muchos días, tenemos horarios de mañana y tarde (de hasta 8 horas), lo que nos obliga a pasar todo el día en la universidad y nos dificulta la realización de actividades extracurriculares. En resumen, una vuelta al colegio, en la que obviamente, la presión se ha multiplicado exacerbadamente.

Todo esto exige un trabajo y dedicación constantes, una labor de hormiguita que ve cómo su mercancía va aumentando y cómo la va hundiendo en la tierra o, finalmente, cómo es aplastada indiferentemente por los zapatos caros y lustrosos del sistema. Se cercena en la vida del estudiante todo lo que no sea el ámbito académico, se le niega su formación personal. No se fomentan las actividades culturales, ni el intercambio de ideas y de conocimiento, sino la competitividad y el aislamiento. ¿Y todo esto para qué?

A Bolonia se le ven las orejas. Está claro que todo esta presión que se infringe sobre los alumnos tiene intereses capitalistas. Nos forman como profesionales, no como personas. Nos convierten en marionetas de la sociedad. Autómatas, mulos de carga que caminen sin pensar, que no cuestionen la autoridad y que puedan ser explotados dócilmente. Por último, nos obligan a especializarnos dentro de la especialidad, reducen cada vez más nuestro ámbito de conocimiento, nos encierran en cubículos insonorizados, nos alejan de la realidad. Y nos convencen de que lo sabemos todo, de que hemos alcanzado el trono divino, para que estemos felices de nuestra propia ignorancia. Mientras, sin saberlo, somos cómplices y artífices del mecanismo, somos nuestros propios opresores.

Escribo todo esto desde la rabia y la frustración, desde el desencanto. Algunos dirán que exagero, algunos no entenderán la presión que siento, pero si no me quejara, si me conformara, si dejase que me moldeasen, mi vida sería tan insignificante, tan vacía como los cubículos que me aterrorizan. Necesito escribir, esta es mi libertad, este es mi poder, mi resistencia de hormiguita.

viernes, 17 de octubre de 2014

Cultura de tarima

En una clase cualquiera de una universidad cualquiera, una becaria joven que daba clases de problemas se excedió ligeramente en el horario a causa de que un alumno le había preguntado una duda en los últimos minutos. En estas llegó el profesor de la siguiente clase (que no era precisamente joven) y cortó tajantemente a la becaria, ya que su tiempo había acabado. Una vez que la chica se había ido, probablemente descolocada por el desplante de su compañero, el profesor murmuró para sus adentros: "Mujeres...". Esto, aparte de un claro ejemplo de machismo en el ámbito laboral y una falta de respeto vergonzosa hacia la joven como profesional y como persona, me pareció una muestra de la reticencia por parte de los profesores "senior" hacia sus compañeros "alevines" y en general, al aire (y aura) de superioridad en el que flotan los primeros.

Y entonces, caí en un elemento del relieve del paisaje universitario como es la tarima. A pesar de su aportación panorámica a la vista del profesor, su simbolismo no deja de ser evidente. La tarima sirve como frontera entre el docente y el alumno, ensalzando la figura del primero y enrasando al segundo. Mientras que los profesores jóvenes se muestran a la altura de los alumnos, de tú a tú, ya que su experiencia estudiantil todavía está reciente, los otros se encuentran sobre la barrera de potencial. Quizás, a medida que pasan los años, la pendiente entre los pies de los estudiantes y los del docente va aumentando, hasta la verticalidad, y cada vez más amplia la brecha (tarima) generacional. La universidad, que debería ser un espacio de intercambio, un flujo de entrada y salida de ideas, se sustenta en una división estamental, en unas bases podridas, ancladas en el pasado.

Este elemento que es la tarima me hace pensar en la verticalidad de las relaciones humanas. Mientras que lo deseable (la base de cualquier utopía) son las relaciones horizontales, basadas en la fraternidad, el compañerismo o la igualdad, las relaciones reales son siempre (o casi) verticales. La relación alumno-profesor, empleado-empleador, pueblo-clase política... Incluso las relaciones de pareja, tan idealizadas constantemente, son muchas veces una lucha de poder entre las dos personas que la forman. ¿Cuántas tarimas ponemos entre nosotros y los demás? ¿Cuántas tarimas nos ponen por ser lo que somos? ¿Somos capaces de establecer relaciones horizontales, bidireccionales, fraternales, equitativas, sanas? 

Quizás deberíamos empezar por quitar las tarimas de nuestras clases, de nuestras vidas, por tirar abajo las torres que nunca nos atrevimos a tocar. Abandonar la cultura de tarima es cuestión de bajar de la colina y mirar a los demás a la altura de los ojos, de igual a igual. Aquí no hay "primus inter pares", porque no hay primero, ni último. Aquí caminamos todos sobre nuestros pies, sobre la meseta infinita de la utopía. 


lunes, 9 de junio de 2014

La ciencia, ese gran desconocido (I)

Yo, como estudiante de ciencias (aunque humanista en potencia), creo importante hablar de este tema, ahora que está de actualidad. Después de que algunos periodistas o personas de círculos de Podemos se escandalizaran por una entrevista al eurodiputado de Podemos, Pablo Echenique, investigador del CSIC, en la que respondía a preguntas sobre temas científicos, como los transgénicos o la experimentación con animales, algunos empezaron a hablar de la "casta científica", metiendo en el mismo saco a la clase política y a la comunidad científica.

En primer lugar, quería demostrar que fuera de la comunidad científica y de los que aspiran a formar parte de ella, existe un gran desconocimiento, en general, de lo que es la ciencia y cuál es su papel en la humanidad.

Un ejemplo, son las declaraciones, hace días, de la actriz Gwyneth Paltrow, en las que decía se encontraba fascinada por la ciencia detrás de la energía de la conciencia y su efecto en la materia. Gwyneth, que había leído a Masaru Emoto, el cual sostiene que las palabras, sonidos, pensamientos hacia el agua pueden variar la forma de los cristales de hielo, había calificado de ciencia estas palabras. Sin embargo, estas afirmaciones son claramente pseudocientíficas y han sido duramente criticadas por la comunidad.

La diferencia entre una ciencia y una pseudociencia es que mientras la ciencia se somete a un método y está avalada por toda la comunidad, los conocimientos de las pseudociencias no son demostrables. La pseudociencia se basa en la figura de hombres que se envuelven en halos de sabiduría, que creen tener la verdad, mientras que su desarrollo se fundamenta en la ignorancia y en la fe de una población desconocedora de la ciencia. En cambio, en la ciencia no hay gurús, ni dogmas, existe un paradigma actual, un conjunto de teorías, que puede caer por otras nuevas, siempre que sean aceptadas por la comunidad. Es, por tanto, un trabajo común y exhaustivo, sometido a la autocrítica y al escepticismo.

En cuanto a los que hablan de "casta científica", convendría que entendieran que el mundo de la ciencia no es elitista, que la ciencia la hacen los científicos en su conjunto, que son personas normales y que muchos pueden formar y forman parte de los movimientos sociales. Convendría que supieran que la ciencia no es malvada y que no está al servicio del sistema, porque aunque sí es verdad que el capitalismo se alimenta en parte del conocimiento científico y tecnológico, este no es el objetivo de la ciencia. Convendría que supieran que existe algo llamada ciencia básica, la cual no tiene fines prácticos directos, sino que su objetivo es incrementar el conocimiento del hombre. La ciencia, por tanto, no es una mascota del sistema, es conocimiento, como lo son las humanidades. Por tanto, ir en contra de la ciencia, es completamente irracional, porque es ir en contra del conocimiento.

En cuanto a los límites éticos de la ciencia, considero que son necesarios, ya que no creo que el fin justifique los medios, pero la ciencia como tal no va en contra de la ética. Creo que el punto importante es cómo utilizamos los conocimientos adquiridos por la ciencia. Para mí, la ciencia no implica necesariamente progreso. Por ejemplo, he hablado en este blog del alienamiento tecnológico, pero este no reside en la existencia de la tecnología, sino del uso que hacemos de ellas. Por tanto, no creo que destruir las tecnologías sea la solución, sino analizar desde todos los ámbitos (social, ético, político...) su utilización. Con la ciencia, es lo mismo. Creo que la ciencia ha de estar sometida a la ética, pero para situar los límites debemos entender primero lo que es la ciencia. Y es, entonces, alguien que conoce la ciencia (como es un científico) donde está en mayor legitimidad que alguien que no la conoce de emitir un juicio sobre ella. Aplaquemos por tanto el desconocimiento de la ciencia, hagamos de la ciencia un bien cultural del pueblo. Entonces, con conocimiento, podremos utilizar la ciencia de un modo responsable y justo.

martes, 20 de mayo de 2014

El silencio de la luz

Silencio. En mi habitación los bulbos voltaicos detienen la fotosíntesis y las mitocondrias electromagnéticas ya no respiran. El mosquito de wolframio ya no emite su zumbido y la luz calla con el último relámpago de los párpados al cerrarse. Las pupilas se dilatan bajo el soplete de una caricia, las pupilas: cuerpos negros al rojo. Una tenia se arrastra por las paredes tragándose las sombras y los reflejos, la tenia que vomita la nada, el silencio. La tenia es una lámpara de luz negra que va dejando su rastro, su estela ultravioleta sobre nuestras pieles. Bailan sonrisas de flúor y alientos con sabor a menta, excitados electrones y fotones de alta energía, sobre mi ombligo. Y el aire, electrificado por la última tormenta, arrastra besos de neón, volátiles, como pompas de jabón. Tu cuerpo apresa el mío y de mis huellas dactilares, que memorizaron las palabras de la luz, saltan chispas que hacen arder tu piel de polipropileno.

Y arde, arden los bulbos y las mitocondrias entre cromatina y clorofila. Arden las alas y la trompa del mosquito y huele a mina. Arden las pupilas en la forja y los párpados y las pestañas y huele a lluvia. Arde la tenia y arde la estela y huele a tequila. Arde el flúor en las encías y huele a menta y huele a ti. Arden los electrones y los fotones y huele a goma. Arde el neón y huele a noche. Arde el jabón y huele a guerra. Arde. Arde la luz en el silencio.

Arde tu piel en la mía, arde tu boca en la mía y yo sigo teniendo frío. Dame relámpago, dame soplete, dame estela, dame energía, dame tormenta, dame chispa. Dame mina, lluvia, tequila, goma, noche, guerra. Dame. Y grita. Grita y calla al silencio, grita y sé fotosíntesis, sé mitocondria. Grita y enciende el wolframio. Grita y abre los párpados, grita y sé tormenta. Grita y sé pólvora y magnesio. Grítame al oído y a los ojos. Grita, porque quiero verte. Quiero verte, a ti, ni ultravioleta ni infrarroja, quiero verte. Quiero que ya no te calles, porque ya no aguanto esta noche, ya no aguanto el silencio. Así que arde, grita, dame. Y devolvamos a la luz sus palabras. Y vivamos en sus cuerdas vocales y respiremos, pero solo por el día.

lunes, 10 de marzo de 2014

Colapso de una hoja en blanco.



Qué es esta hoja en blanco. Qué es una hoja en blanco sino el conjunto de todas las posibilidades, de todas las combinaciones y permutaciones de caligrafías, letras y palabras. Hay algo celestial, fascinante en una hoja en blanco. La hoja  en blanco es el inicio del tiempo, el Big Bang de la creatividad. Al mínimo rastro de tinta, mataste un millón de opciones, como un millón de espermatozoides perdidos en la masturbación. Como si hubieras desechado un fragmento del tiempo. Como, si por conseguir la gloria, la hubieras sacrificado. Hay algo de mágico en una página en blanco. Una página en blanco es el conjunto de todas las mentes sincronizadas. Es alucinante cómo el vacío puede estar más lleno que cualquier otra cosa. El vacío, por ser vacío, es todas las cosas en una interferencia constructiva y destructiva al tiempo. Una página en blanco es como el universo siendo fecundado en el vientre del tiempo y el espacio. Una hoja en blanco es la matriz, blanca y virginal, pero oscura, inescrutable y corrupta al tiempo, la matriz de todas las matrices, el producto de las matrices. LA MATRIZ.

Escribir sobre una matriz es desangrarla. El período ha llegado y ha matado toda la fecundidad. Los ovarios doloridos y las trompas bien atadas. La sangre periódica de palabras banales inunda la página, el blanco, inunda el tiempo, en una sopa de enanas rojas. El humano es esa sopa de enanas rojas que destruyó el vacío. El humano fue el que enturbió la hoja en blanco con su tinta. El humano mató la creatividad, creando. El humano colapsó la función de onda. Yo colapsé la función de onda. Y la probabilidad de que la tinta sea más perfecta que el vacío es nula. Interferencia constructiva de las ondas de nuestros cuerpos. Ahora es el momento de destruir nuestra podrida e infecunda fecundidad. Es el momento de borrar la tinta, de que la sangre vuelva a la matriz de Dios. Es el momento de volver al estado inicial, a la página en blanco, donde todo es posible, donde todo está ocurriendo. Destruyamos, limpiemos la sangre de nuestro asesinato, devolvamos los espermatozoides y los óvulos, vaciemos para llenar. Hay algo de divino en una hoja en blanco.

domingo, 16 de febrero de 2014

Que nos duela

Que nos duela

¿Y qué es la vida sino noches en vela? 
Noches de mil vueltas.
Vueltas de mil noches.
Pensando que a la mil uno
 daremos la vuelta al mundo.
¿Qué es la vida sino obsesión?
Obsesión por una vida, por una palabra
por un verso, o un cilindro rodante.
Obsesión por una idea, por un ideal.
Los ideales no sangran, no aman.
Pero nosotros sí.
Amor y dolor.
Obsesión y dolor.
Placer y dolor.
Angustia y dolor.
Alegría y dolor.
Insatisfacción y dolor.
¿Qué sería de la vida sin el dolor?
¿Qué sería de mí, 
si no doliera cada palabra que escribo?
Duelen las palabras que nos dicen,
pero más las que nos decimos.
Que nos duela.
Haz que me duela.
Clávame tus palabras, como estacas.
Clávame tus cuchillos, como miradas.
Clávame tus labios, como espadas.
Clava tus sueños en mis sueños.
Clava tu mente en mi mente.
Horádame los sesos,
hasta que no quede nada.
Haz que grite de dolor.
El dolor por dolor,
como el arte por el arte.
Que nos duela.
Que nos duela.
Porque solo entonces podremos decir:
estamos vivos. 



sábado, 1 de febrero de 2014

Autodestrucción

Quiero ser la nada.
La nada, la libertad absoluta.
Quería ser perfecto.
Y ahora, ahora no soy más
que un producto artificial, sintético
mis poros supuran químicos,
grasa de máquina en mis venas.
Chirrían, crujen, chillan engranajes.
La mente es la cárcel del cuerpo.
Solo anhelo la libertad.
El autoperfeccionamiento es masturbación.
Una bola de destrucción asola mi mente.
No más vigas ni cimientos.
No más palabras ni conceptos.
Solo el viento soplando en cada circunvolución.
Materia gris se desprende.
Cascadas de sangre erosionando mi piel por dentro.
Órganos flotando en mares rojos.
Caos rojo y liberador.
Quiero ser el caos.
Que no quede nada, nada de mi yo.
No lo necesito.
Solo quiero ser la nada.
La nada, nada más.


jueves, 16 de enero de 2014

Un lugar en la nada.

Estoy harto de la gente. Harto del mundo que estamos construyendo y que dejaremos a nuestro paso, de todos los pasos hacia atrás que estamos dando. Y dejadme deciros algo que parece que nadie se atreve a decir. Hoy, Internet no me parece el mejor invento del siglo o de la humanidad, porque Internet, sí, Internet nos está volviendo tontos. Hola. Estoy aquí. Te estoy hablando. ¿Puedes dejar de mirar la pantalla y mirarme a los ojos? ¿Puedes dejar de hablar por Whatsapp un segundo? En serio. ¿Qué os pasa? ¿No sentís que estáis perdiendo vuestras vidas? Yo, que llevo todo el día en casa, ya pienso que debería estar en la calle, viviendo, aprendiendo, creciendo como persona. Vivo con el profundo dolor de sentir que siempre podría estar haciendo más. Pero miro alrededor y pienso, ¿pero es que soy el único que se da cuenta? ¿Es que sois más felices que cuando no teníais móvil? ¿Es que vuestras relaciones han mejorado por las redes sociales? ¿Es que lo virtual puede ser mejor que lo real? No, claro que no lo es. Lo virtual es un sucedáneo. Es un sucedáneo que se ha convertido en caviar, champán para vosotros. Hasta el punto que despreciáis todo lo que no sea a través de una pantalla. Ahora permitidme que os dé una razón por la que nos gusta tanto Internet. Internet  nos da la opción de mentir, de ser hipócritas y aparentar lo que no somos, lo que querríamos ser. ¿Por qué en vez de fingir, intentamos ser lo que queremos? ¿Por qué no luchamos por nuestros sueños? ¿Por qué estamos tan jodidamente dormidos? Está claro, porque la red está a un click de distancia. Porque es mucho más difícil enfrentarse al mundo real que al virtual.

Pero esto cada vez va a más y amenaza con tragarnos a todos. Cada vez lo veo más claro. Nadie dice lo que piensa, nadie dice lo que siente, porque en internet vale con poner un simple emoticono, una carita feliz, para que te crean. Pero tenemos sentimientos. Somos humanos. Y con internet lo único que hacemos es construir nuestras putas barreras y alejarnos cada vez más, hasta prácticamente caer al abismo de la soledad. Aunque esta es una soledad envuelta en falso sentimiento de que tenemos un lugar. Un lugar en la red. Un lugar en la nada. A lo mejor yo al escribir esta entrada también esté buscando un lugar en la nada. Quizás yo también lo necesite. Pero no es suficiente. Para mí no. Yo necesito sentir, necesito ser yo y no otra persona, necesito sentir que estoy viviendo. Necesito saber que soy real, saber que soy humano.

Humanos. Eso es lo que somos. Parece que a veces lo olvidamos. Es paradójico que siempre hayamos soñado con robots que se parezcan cada vez más a nosotros, que lleguen a sentir, y sin embargo, el proceso va a velocidades mucho mayores a la inversa. Cada vez nos parecemos más a ellos. Y es triste. Me da miedo. Me da miedo que la humanidad y todos sus progresos se diluyan en este nuevo mundo tecnológico. Hemos creado a nuestro Dios y nuestro Dios nos ha acabado controlando.

Esta entrada ha sido inspirada por la película alternativa del proyecto #LittleSecretFilm "Manic Pixie Dream Girl (An internet love story)". Absolutamente recomendable. Os dejo el enlace a la película en Vimeo y al proyecto:
http://vimeo.com/58633538
http://littlesecretfilm.com/
P.D.: Obviamente no critico Internet en sí, sino su uso. Es una herramienta clave para el conocimiento, pero en cambio, nos conducimos a la inconsciencia y a la alienación.